Relatos

En esta pagina quiero compartir con vosotros relatos propios y relatos que me mandéis al correo


Sesión en la Sierra

Las piernas me temblaban, mis manos se resbalaban según me iba acercando más y más, notaba culebrillas que recorrían mi cuerpo y me hacían sentir escalofríos.
Llevaba bastante  tiempo hablando con él y me había imaginado esa situación miles de veces pero la realidad me superaba había quedado a las siete en punto en un pueblo de la sierra, un pueblo alejado, a más de media hora de cualquier lugar civilizado, llevaba más de dos horas conduciendo, la carretera era sibilante y desequilibrada, todo un reflejo de mi mente, en esos momentos, faltaban solo diez minutos para la hora y yo no veía el momento de llegar y ponerme a sus píes. Un cartel en la carretera me indicaba el fin de mi inquietud solo faltaban dos kilómetros para el pueblo, en tres minutos estuve allí, parecía un pueblo deshabitado, yo solo sabía que la casa estaba allí, en la calle principal y que a la puerta colgaría una cinta negra, busque la casa primero desde el coche, pero no dio resultado era ya casi de noche  y apenas había iluminación. Pare el coche, me retoque los labios, y pegue una última mirada a mi ropa, baje del coche tiritando de frío, y andando rápido para no llegar tarde, casi al final de la calle, encontré la cinta negra que colgaba de un viejo llamador de hierro  y que daba entrada  a  un lúgubre corralón, al fondo unas escaleras apenas iluminadas por tres velas separadas en los escalones, sabía que él estaba ahí, la casa no parecía iluminada pero debía cumplir la primera sencilla orden que se me dejó encargada  “antes de abrir la puerta  de la casa y tras subir las escaleras debes colocarte la venda negra, recogida a la puerta, en los ojos y portar una vela encendida que encontrarás junto a la entrada”, una vez hube realizado las premisas me dispuse a cruzar el umbral de aquella casa, sentía miedo a resbalar o a tropezar  por la falta de visión, pero nada más entrar una mano sobre mi hombro , presionando hacia abajo, me hizo arrodillar, en mis manos desnudas portaba la vela que había recogido y ésta, ante mi movimiento , derramo su liquido sobre mis manos aun heladas de la calle, ese calor repentino me devolvió a la realidad del momento . Arrodillada, con las piernas separadas  y pese a que la venda me evitaba la vista baje mi cabeza y estiré mis manos hacia el vacío, note sus pasos alejándose, mi nerviosismo se acrecentó, pasados unos pocos minutos note se presencia cerca de mí, pero no lo había oído acercarse,  ni sabía cuánto tiempo llevaba allí. Ya no tenía frio sin embargo los escalofríos continuaban recorriendo mi cuerpo, y mis pies se movían dentro de mis zapatos  encogiéndose y estirándose, sabía que me estaba observando  giraba en círculos a mi alrededor con la tranquilidad que le caracterizaba, el silencio lo inundaba todo, incluso, cuando contenía mi arrítmica respiración, podía notar la suya, paciente y controlada, cada vez más cerca de mí, tan cerca que por momentos pude sentir su aliento en mi piel, suavemente soltó uno a uno los botones de mi camisa descubriendo el corsé que cubría mis pechos, una vez abierta quito la vela de mis manos y la puso junto a mis rodillas, tiro de la camisa hacia atrás, mientras yo lo facilité colocando mis brazos caídos hacia atrás, la camisa  se deslizo muy despacio por mis brazos cayendo al suelo. Sus pasos volvieron  a alejarse pero no mucho, esta vez volvió enseguida, aparto mi pelo y puso sus manos rodeando mi cuello , yo eleve la cabeza, bajo las manos suavemente acariciándome hasta la cintura pero evitando tocarme el pecho,volvió a subirlas recorriendo  el mismo camino y entonces  sentí como me ponía mi primer collar, un collar para mi muy simbólico ya que demostraba su interés real, en adiestrarme, en aceptarme como sumisa, mi entrega…    al ponérmelo note que era de cuero y que tenia  pequeñas tachuelas de metal  frio y duro, ese gesto consiguió acelerarme el corazón y la respiración, por fin oí sus primeras palabras hacia mí,” LEVANTATE, PONTE SOBRE LA PARED, QUE HAY A TU IZQUIERDA Y DESNUDATE MUY DESPACIO” en esas palabra no conseguí notar ninguna expresión de su estado, no tenían matices era como si no tuvieran sentimiento de ningún tipo, eran firmes y justas. Se separó de mi y se sentó en un sillón, a observarme igual que había hecho tantas veces a través de la Webcam, pero esta vez estaba ahí y me veía entera demasiado cerca como para perderse ningún detalle. Yo me levante despacio, palpe la pared que se encontraba a la izquierda  tan cerca de mí que pude tentarla sin desplazarme, me gire y coloque mi espalda sobre la fría pared de piedra, desabroche mi falda y la deje resbalar por mis piernas, solté mis zapatos y  descalcé mis pies, agaché mis brazos un poco más desabrochar el porta ligas que unía las medias al corsé. Una vez libres deslice las medias por mis piernas hasta sacarlas por los pies,  con una calma casi refleja, que me sorprendía, esta vez puse las manos cerca de mi pecho desabrochando cada una de las más de veinte presillas, que cernían  el corsé a mi cuerpo, por fin pude deshacerme de él  dejándolo caer  sobre la falda. Tan solo  quedaba sobre mi cuerpo la liga y el tanga, bajé las palmas de mis manos desde mi cintura dejándolas entrar en el tanga y obligándolo a bajar, pase mis pies y me lo quité, con cierta impaciencia quite la liga y por fin me sentí desnuda ante él, que nuevamente estaba junto a mí, dejo unas silla junto a mí, y  se acercó a mi oído y me susurro “ BIEN PERRITA, ¿ESTAS PREPARADA?” quise contestar pero apenas sonó mi afirmación por lo que,  solo asentí. “ARRODILLATE” Puso su manos esta vez sí en mi pecho, intentando abarcarlos estuvo un rato acariciándolos, pellizcándolos, tanto que me hizo pensar que llevaba tiempo deseando tenerme así, después de un rato bajo sus manos rozando todo mi cuerpo, acarició mis piernas hasta los pies, sus manos  sin esperármelo volvieron a subir y se detuvieron en mi entrepierna, siempre depilada “ABRE LAS PIERNAS, TENLAS SIEMPRE ABIERTAS PARA MI” obedecí sin dudarlo, metió sus dedos como buscando algo, me palpo, comenzó a masturbarme pero apenas había empezado paro y saco sus dedos húmedos, como era de esperar, que miro con asombro y refregó por  mi cara, yo intenté chupar  los dedos pero al intentarlo metió su mano entera en mi boca, sin darme tiempo a reaccionar, ”LIMPIALO PERRITA, ES TUYO”, yo me afané en chupar sus dedos, igual de rápido que insertó su mano en mi boca, la saco. Me cogió las manos y me puso las muñequeras, y ató mis tobillos.
Volvió a tocar mis tetas esta vez con menos  delicadeza, note acercar su cara y pude oler su pelo, un muerdo en el pezón me despertó y me hizo estremecerme por primera vez, ¿DUELE PERRA?, AHORA ESTAS EN MIS MANOS, NO PUEDES ESCONDERTE  DE MI, COMO HASTA AHORA… mientras apretaba con fuerza los pezones se acerco a mi oído y me repitió “¿DUELE?”, “si “ fue la única respuesta que acerté a decir, nada más decirlo note una fuerte nalgada a la vez que decía
-          “SI ¿QUE?”,
-          si duele Amo,
-          ASI ME GUSTA PERRITA
Enseguida note  como me colocaba una pinza en mi pecho dolorido, primero una, asegurándose de su colocación y presión, y seguidamente otra… No fui consciente de que ambas estaban unidas hasta que una vez colocadas pego un pequeño tirón de la cadena que las unía haciendo adelantar mi cuerpo y casi haciéndome perder el equilibro,
-          QUIETA, ¿QUIEN TE HA DADO PERMISO PARA MOVERTE?
Yo solo me recoloque en mi posición, supongo que no esperaba respuesta oral, pues mi falta de respuesta no desencadeno nada más, pero la siguiente pregunta si que pretendía buscar una respuesta:
-          ¿A QUE HORA LLEGASTE PERRITA?
-          A las siete Amo
-          NO ES CIERTO YA PASABA ALGUN MINUTO, DEBO ENSEÑARTE QUE LA PUNTUALIDAD ES DESEABLE EN UNA PERRA
-          Lo siento Amo no volverá a pasar.
Pero al parecer mi disculpa no fue suficiente, ya que se sentó y  me obligó a colocar mi pecho sobre sus piernas y elevar mis nalgas, como si de una niña pequeña se tratara, la idea, en principio me excitaba, aunque recordaba nítidamente su explicación de castigo, que me recordaba que sería algo que no me gustará y que debía hacerme sentir vergüenza y sentimiento por haberlo hecho disgustar. El primer azote fue cálido, hasta sensual  podría decir, el segundo fue similar, pero la cosa no paró ahí, después de la decena, dolían mucho, me escocía, y sin poderlo evitar las lagrimas llegaron a mis ojos, él estaba muy pendiente pues lo noto inmediatamente y paro, me levanto la cara y puso mis ojos frente a los suyos, pese a que yo por la venda no podía verlo, al parar, sollozando yo dije:
-          Gracias Amo, de veras no lo volveré a hacer.

Rozo suavemente mi cara y beso mi frente diciendo “DEBES APRENDER PEQUEÑA” aquellas palabras me dieron tranquilidad y me hicieron comprender que él no haría nada que me pusiera en peligro, pero debía ser estricto con mi comportamiento ya que todo eso formaba parte de mi educación. Asentí y me relaje dejando que decidiera sobre mí. Sentí como su mano buscaba algo en el suelo , pronto supe que era, su sonido era inconfundible , y él sabía que era algo que yo temía , era una vara fina , supongo que de avellano, la acercó a mis nalgas y me encogí , él volvió a acariciar mis enrojecidas nalgas, pero instantes después no le tembló la mano , para separar la vara y descargar en el mismo sitio que segundos antes había acariciado, dolió como si de un corte se tratara , no pude acallar un sonoro grito entre miedo y dolor, no quería más, pero en mi interior sabía que él no se conformaría con uno y que era fácil que no cesara hasta que me rindiera, y aceptara mi castigo , algo que en principio veía lejano, puesto que mi cuerpo estaba muy tenso, y solo podía pensar en que mi castigo terminara. El segundo golpe, fue seguido de un tercero y de un cuarto, volví a llorar con fuerza, él dijo “LLORA Y GRITA CUANTO QUIERAS AQUÍ NADIE PUEDE OIRTE”, intenté mejorarme de nuevo y me deje caer sobre el buscando con mi cabeza su protección. Me serené y deje de llorar , un quinto varazo a penas me inmuto, preparada ya para el siguiente, el paró y yo quede inmóvil , dejo la vara en el mismo sitio donde la había cogido y levanto la mano hacia mi cuerpo dejando algo en  mi espalda, liberando sus manos que revoloteaban entre mis nalgas , buscando acercarse a mi clítoris, abrí mis piernas y me introdujo dos dedos en mi húmeda vagina, mientras jugueteaba con los otros fuera, acerco su otra mano a mi boca , esperando para que la chupara , lo hice afanosamente y la dejé marchar, se dirigió directa a introducirse en mi ano, metió un dedo y lo dejó inmóvil, comprendí entonces que lo que intentaba masturbándome era buscar mi excitación y reducir la tensión y el dolor, introdujo un segundo dedo demostrando  gran habilidad, los movió, haciéndolos girar. Esa posición en la cual estaba muy expuesta me resultaba muy humillante y me ruborizaba, las lágrimas habían desaparecido de mi rostro y el dolor aunque era latente había pasado a un segundo plano. Después de jugar con mi elasticidad, saco los dedos y  cogió lo que había dejado anteriormente en mi espalda, un plug que coloco primero en mi vagina, para cubrirlo de mis flujos y más tarde en mi ano, le costó entrar pero una vez dentro no molestaba demasiado.
Me levanto y me puso en píe comenzó rodeando mis tobillos con una cuerda, sujetándolos, un par de vueltas y un nudo que devolvieron ambas puntas al frontal de mis piernas, tirantes subieron hasta mis rodillas donde las volvió  a rodear , con firmeza, en este momento ya no podía mover mis piernas presas ya por las ataduras en rodillas y  tobillos, tras las rodillas  sube a mis caderas dando cinco vueltas, cada cual más prieta , pero no para ahí, recorre mi espalda en cruz y con una vertical en mi cintura, cuando la cuerda llega a mi pecho se detiene, rodeando con cada cabo un pecho de forma firme y prieta resaltando y estirando mis tetas, aún continuaba con mis muñequeras, así que se acercó y me las soltó yo elevé la cabeza sorprendida, oí como acercaba algo a mí , algo que pesaba y que rozaba el suelo, yo estaba alerta pero no podía adivinar qué era, cogió de nuevo mis muñecas por detrás de mi espalda y les rodeo otra cuerda, que  sujetó a lo que había arrastrado. Toco mis nalgas aún muy doloridas y comprobó que el plug estuviera en su sitio, cuando me tubo totalmente inmóvil y sumisa retiro la venda de mis ojos, mostrándome una habitación en penumbra  con velas, escasa de muebles y con un alto techo había un espejo en la pared de enfrente que aunque lejano me mostraba mi cuerpo lindamente atado con una simetría perfecta,  se alejó dos pasos y se agachó a coger la vela que entre mis manos había traído del exterior, era una vela muy ancha y de color rojo… la juntó a mi pecho desnudo y atado, derramando cera en él , no podía moverme ,  pero comencé a gemir , siguió derramando cera mientras tiraba de la cadena que sujetaba las pinzas de mis pezones, dolía y poco pero resultaba muy excitante, separo mi pelo y volvió a derramar  cera sobre mi espalda, mi cuerpo se curvo, el entonces cogió todo mi pelo  tiro y puso mi cara de nuevo junto a la suya:
-          ¿TE GUSTA PERRA?
-          Si Amo
-          Amo tengo sed,
En principio no hizo caso y siguió tirando de mi pelo y escupiendo en mi boca pero minutos después se fue y me dejo allí sola. Cuando volvió traía un bol con agua que puso en el suelo. Y comenzó a soltarme las cuerdas de mi cuerpo, cuando estaba suelta y quieta volvió a decir “DE RODILLAS” rápidamente obedecí y me coloque a sus pies, “SI LA PERRA QUIERE AGUA HABRÁ QUE DARSELA, PERO DEBES BEBER COMO LO QUE ERES “ entendí  que lo que quería era que lamiera del bol, y no que bebiera sujetándolo con mis manos, así lo hice mi pelo se mojó al caer sobre el agua y yo no hice nada para evitarlo , cuando terminé de beber levante la cabeza y dije :
-          Gracias Amo
-          “NO ME DES LAS GRACIAS, DEMUETRA QUE ESTAS AGRADECIDA A TU AMO”
-          “ABRE LA BOCA PERRA”
Me coloqué de rodillas y abrí la boca el soltó su cinturón y desabrocho su pantalón, mostrándome su secreto un gran secreto que erecto acerco a mi boca, lo chupé, y jugueteé, besando sus testículos, era muy grande, me cogió del pelo y me envistió fuertemente consiguiendo  de mi alguna arcada, siguió follando fuertemente mi boca dándome poco tiempo para respirar, yo estaba feliz de estar ofreciéndole mi uso,  tras bastantes envestidas separo mi cara por mi pelo y pregunto:
“¿QUE QUIERES PERRITA?, MUSTRATE DOCIL PARA QUE TE USE COMO QUIERA”
Me levante de un salto coloque mi vientre en el respaldo del sillón, con las piernas todo lo abiertas que pude, el hizo una mueca de  estar complacido con mi elección, se acercó a mí por detrás, retirando el plug que llevaba en el ano, comprobó metiendo los dedos si había cumplido su función, y debió ser así porque puso la punta de su pene sobre mi ano, su pene era mucho más grande que el plug pero empujo, pese a mis de rogativas:
-          TE HA LLEGADO LA HORA VOY  A FOLLARTE ESE CULO, SEGÚN TE PORTES ASI LO HARÉ YO
Comenzó a introducir su pene despacio mientras tocaba mi clítoris y tiraba de mi cadena yo estaba un poco nerviosa y sin querer  contraje un poco mi esfínter, su reacción fue rápida tiro fuerte de mi cadena hasta soltar mis pinzas por el tirón, me quejé y el no retrocedió por el contrario envistió contra mí dejando poco trozo fuera , y a continuación ya despacio introdujo el trozo restante, una vez estuvo  dentro lo saco y metió cada vez  con más rapidez, tras los primeros instantes la situación me parecía cada vez más placentera , volvía gemir y a excitarme, tanto que debí preguntar :
-          Amo, puedo correrme
-          SI HAZLO PARA MI
Conseguí correrme, mientras tiraba de mis pezones y sujetaba mi pelo, fue un orgasmo muy  fuerte y muy simbólico era la primera vez que conseguía  hacerlo mientras me follaba el culo, el saco la polla de mí pero para volverla a meter en mi empapado coño embistiéndolo con brusquedad , durante un rato pero sin llegar a correrse por último volviéndome a sujetar del pelo me giró, me colocó de nuevo  de rodillas y volvió a follarme la boca hasta estallar en mí exigiéndome limpiarlo todo de forma inmediata… al terminar anclo a mi collar una correa y tiró de mi cuello pidiéndome así andar a gatas, me condujo al baño, sin dejarme sola, me hizo entrar a la bañera me lavó y me seco como a una perrita y como tal me hizo sentir, me regresó a la sala y se fue a la cocina trajo algo de comer que acerco a mi cara , para mi sorpresa lo puso sobre la mesa y me invito a sentarme, incluso retiro la silla para que me sentará, puso los cubiertos a mi alcance y charlamos un rato, me resultaba extraño estar en una cena desnuda y con collar y correa , el me explico que no quería que todo fuera de repente y que al día siguiente si estaba dispuesta a avanzar las cosas cambiarían, y mis permisos serían restringidos al mínimo, pero que así podía conocerme más y educarme mejor… Una vez terminada la cena cambio radicalmente su voz y su expresión, y me dijo:
-          DE RODILLAS PERRITA
Esta vez me llevo a su habitación,  me dejo sobre la mullida alfombra, me tapo, y solo dijo
-          DESCANSA PERRITA ES TARDE, TE HAS PORTADO BIEN, MAÑANA CONTINARA TU EDUCACIÓN








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Me dan una mujer




Me hallaba en mi celda. Estaba sentado sobre un pesado banco de un metro y medio ante una mesa rectangular. Estos muebles los habían traído a mi celda en recompensa a mi comportamiento. Vestía una ligera túnica de esclavo confeccionada en rep, y sobre la paja que me servía de lecho había una manta. La puerta de la celda estaba cenada pero ya no me teman encadenado, Sobre la mesa había un bol con vino de baja calidad, algunos mendrugos de pan y una cazoleta de madera con verduras y trozos de carne.
Comí un pedazo de carne y bebí un poco de vino del descasca­rillado bol de arcilla. Mis pensamientos estaban en un completo desorden. Hoy me habían elogiado y confiaba en no permanecer mucho más tiempo en las celdas. Pero no tenía idea del lugar en que estaban las celdas, ni en qué ciudad me encontraba. No lo podía preguntar, puesto que ya me habían advertido que la curiosidad en un esclavo no era una virtud.
Me levanté del banco y anduve de un lado a otro de la celda. Agradecí la manta que me habían dado al pasar una de mis manos por las húmedas paredes del recinto. Me acerqué a las rejas que formaban una de las paredes y me así a ellas. No existía posibilidad de evasión. Regresé a la mesa. Era prisionero y esclavo, incluso había un collar metálico alrededor de mi cuello, pero a pesar de todo ello, no me sentía excesivamente desdichado. Admití que deseaba ver aquel mundo al que me habían traído. Estaba seguro de que si obedecía y complacía a mis amos, o amas, mi vida no correría peligro.
¿Por qué no me sentía más desdichado que cuando llegué a Gor? Porque debido a la dieta y al ejercicio a que me habían sometido, disfrutaba de mejor salud y me sentía mucho más fuerte. Además, anhelaba en mi interior iniciar mis andanzas en este nuevo mundo, aunque ello sólo fuera en mi condición de esclavo.
De nuevo me levanté del banco y así una de sus patas levantán­dolo lentamente por encima de mi cabeza. Esto jamás hubiera podido hacerlo en la Tierra, y por supuesto, no era un hecho debido a la reducida gravedad del planeta, sino a una nueva fuerza recientemente adquirida.
Cogí otro pedazo de carne de la cazuela y miré a la paja y a la manta, pero no sentía deseos de acostarme. Fue precisamente entonces, cuando oí su llanto mientras la arrastraban por el corredor. Abandoné mi asiento de un salto. Vi a Pródicus al otro lado de la reja. Sabía que si lo deseaba podía romperme los brazos y las piernas sin el mayor esfuerzo.
Colócate al fondo de la celda —ordenó.
Obedecí.
A su izquierda, cruelmente curvada, sujetaba a una chica por el pelo. Sus pequeñas manos estaban unidas a la espalda por pequeñas esposas y una llave, sujeta por un alambre, colgaba de su collar. Supuse que era la llave para abrir las esposas. También de su cuello colgaba un látigo de los empleados por los esclavos.
Pródicus sacó de un llavero la llave de mi celda y abrió la puerta. Entró en la celda arrastrando a la chica, tirándola con gran crueldad ante mí.
Es tuya esta noche. No la mates ni rompas sus huesos.
Comprendo.
Sin añadir una palabra más, y sin volverme la espalda, retrocedió hasta salir de la celda, cerró la reja y tras colocar la llave en el llavero se alejó por el corredor hasta desaparecer.
Lola, aún con el látigo alrededor del cuello, me miraba con ojos llenos de terror.
Amo, por favor, no me hagas daño —suplicó.
Me sobresaltó oír que me llamaba Amo, pero luego recordé que me la habían dado para que fuera mía aquella noche.
Levántate, Lola.
Tambaleándose consiguió ponerse en pie, aunque el temor la mantenía encorvada, y retrocedió hasta llegar a la reja que nos confinaba a aquella celda similar, por supuesto, a las muchas otras que existían en las profundidades de la Casa de Andrónicus.
Me acerqué a ella lentamente.
Ahora se mantenía erguida contra las barras de la reja con la cabeza vuelta hacia un lado. Comprendí que temía el mirarme cara a cara.
Lamento haber sido tan mala contigo, Amo —musitó.
— ¿Por qué derramaste el vino y luego dijiste que había sido yo? —pregunté.
Fue una broma.
No mientas —grité.
Te odiaba.
— ¿Y, ahora, continúas odiándome?
 ¡Oh, no, Amo! —se apresuró a decir—. Ahora, te amo y quiero complacerte. Por favor, sé bueno conmigo —suplicó.
Sonreí. Supuse que Lola nunca se había imaginado, cuando me trataba con tanta crueldad o cuando derramó el vino y me condenó a veinte azotes con el látigo de serpiente, que un día estaría ante mí esposada pendiente de mi clemencia.
Deja que te descargue del peso del látigo que rodea tu cuello —dije extendiendo la mano.
Levantó la cabeza presionándola, así como todo su cuerpo, contra las barras de la reja.
— ¿Vas a usarlo? —preguntó.
No te he oído decir Amo.
Amo —se apresuró a añadir.
Descolgué el látigo y regresé a la mesa, colocándolo sobre el banco en el que después me senté. Miré a la joven presionada contra las barras.
Ven y arrodíllate, esclava —ordené.
Vino rauda y se arrodilló ante mí, junto a la mesa.
— ¿Vas a azotarme, Amo? —preguntó.
Silencio.
Sí, Amo.
Mis emociones eran contradictorias. Por un lado tenía a Lola ante mí, con la que se me había autorizado hacer cuanto quisiera, mientras que por el otro podía vengar todas las humillaciones y dolores pasados sobre su bello cuerpo.
Miré a aquella hermosa mujer, desnuda y esposada, arrodillada ante mí. Eso era lo verdaderamente importante: que estuviera sumisa a mis pies y obligada a obedecerme de forma irremisible ante mi autoridad y poder.
Amo —susurró.
— ¿Qué quieres?
No he comido desde esta mañana. ¿Puedo comer algo?
Cogí un pedazo de carne y se lo ofrecí.
Gracias, Amo —dijo cogiendo el pedazo de carne con los dientes.
Durante un rato estuve alimentando a Lola. Dependería de mí para cualquier tipo de comida o bebida, durante las horas que pasara a mi lado y casi me resultaba imposible comprender la sensación que aquel acto desataba en mi interior. Es casi incon­cebible analizar y llegar a entender la emoción que el hecho de, materialmente, dar de comer a una mujer pueda crear en un hombre.
Dejé la cazoleta en el suelo y ella, agachando la cabeza, continuó comiendo. Estaba en mi poder. Durante unas horas seria mía. Luchaba entre el placer del poder y el placer de la venganza. Entre la autoridad y la pasión. Pero, por un breve instante, antes de ser capaz de controlar mis sentimientos, sentí lo que realmente signi­ficaba la naturaleza del hombre. Había saboreado durante un breve momento el gusto de la dominación.
La joven se enderezó. La cazoleta estaba vacía. La recogí del suelo y la llevé a uno de los rincones de la estancia donde la coloqué en un estante.
Gracias por darme de comer, Amo.
Cogí alguno de los rizos que caían sobre sus hombros y con ellos limpié su boca. Me sorprendió que Lola sujetara mi mano con los dientes y luego la lamiera y besara.
— ¿Vas a azotarme, Amo? —preguntó.
— ¡Silencio!
Sí, Amo.
Allí hay un cubo lleno de agua —dije señalando un rincón de la habitación—. Ve y bebe. Luego regresa y arrodíllate ante mí.
Sí, Amo.
Cruzó la celda y arrodillándose ante el cubo, bebió. Entretanto coloqué el vino que no había bebido en el estante. La joven no prestaba atención a estos movimientos puesto que no esperaba que le ofreciera parte de mi vino. Era esclava y ya era suficiente que le hubiese dado de comer y beber. Es más, no la había obligado a arrastrarse sobre el estómago. Yo, por mi parte, quena la mesa despejada. Me senté en el banco. Al cabo de unos momentos se arrodilló ante mí.
Me levanté y caminé lentamente en derredor suyo. Supongo que no debía haberlo hecho, pero era tan increíblemente bella. Estaba tensa, la espalda descansando sobre los talones y las rodillas muy separadas. ¡Tenía que ser algo maravilloso poseer realmente una esclava como aquélla! Había algo en su forma de respirar que no llegaba a comprender. También su cuerpo exhalaba un excitante aroma, que como terrestre no conseguía descifrar. Ahora compren­do que ella estaba intentando controlarse, pero su cuerpo la traicionaba. Tenía a mis pies, sin saberlo, una esclava sedienta de amor.
Posé mis manos sobre sus brazos, sin comprender el temblor que sacudía su cuerpo, y la levanté del suelo.
Amo —susurro como en un ruego.
Tenía que liberar sus manos de las esposas, cuando éstas habían sido la causa de muchos de mis dolores. Así uno de sus brazos y un tobillo y la elevé en el aire. Quedé gratamente sorprendido ante la facilidad con que había realizado la acción, y más aún al observar la expresión de incredulidad en su rostro.
Amo, por favor —gimió.
Con brutalidad la lancé sobre la mesa. Allí estaba tensa e inmóvil sobre el estómago. Eché su cabellera hacia delante e hice girar el collar hasta que apareció la pequeña llave colgando del alambre. Desaté el alambre y lo coloqué, con la llave, junto a la cabeza de la joven. Giré de nuevo el collar alrededor de su cuello, hasta que el pequeño cierre volviera a descansar sobre su nuca y mientras lo hacía, observaba el vello que ribeteaba el crecimiento de su cabello. Abrí las esposas y las coloqué, con el alambre y la llave, sobre el banco.
Ahora tengo las manos libres y podré complacer tus deseos mejor —musitó la joven.
Había colocado sus manos sobre la mesa con las palmas hacia arriba. Las palmas de la mano de una joven son extremadamente sensibles y eróticas.
— ¿Estás intentando llegar a un acuerdo conmigo?
— ¡No, Amo, no! ¡Perdóname, Amo! ¡Por favor, Amo perdóna­me! —gritó desesperada.
— ¡Silencio! —ordené.
Sí, Amo.
Levanté uno de los lados de la mesa y la lancé al suelo. La mesa estaba caída de lado, en medio de la celda, y ahora Lola estaba de rodillas sobre las piedras del suelo con el cabello cubriendo su rostro. Sentí el roce de sus labios besándome mis pies. Jamás soñé tener una mujer, tan bella en mi poder, tratando de aplacar mi ira.
Lola te ruega que la dejes complacerte, Amo —gemía.
Eché la cabeza hacia atrás y solté una carcajada. El cuerpo de Lola temblaba. Estoy seguro que había oído en alguna otra ocasión aquella risa. La emoción que me invadía era incomprensible y, a la vez, maravillosa. La tenía a mis pies y reconocía más allá de toda discusión que en aquellos instantes ocupaba mi puesto de hombre ante la naturaleza. Riendo, me incliné sobre ella y agarrándole el cabello levanté su cabeza. Tenía los ojos cerrados, pero la expresión de éxtasis de su rostro me sobrecogió.
— ¡Sí, Amo! —musitó.
Estuve a punto de tirarla sobre la paja y usarla como esclava cuando recordé que era un hombre de la Tierra. Solté su cabellera y la aparté. Apreté los puños y grité debido a la frustración. Ahí la tenía, sobre el suelo, ante mí. Me miraba alarmada.
— ¿Amo? —exclamó, como preguntándose qué había ocurrido.
Clavé las uñas en las palmas de mis manos y mis dientes rechinaron.
Sin que diera mi permiso se acercó y extendió una de las manos como si quisiera tocarme.
— ¡No te atrevas a tocarme! —espeté.
Apartó la mano con rapidez.
Me alejé de ella.
— ¿Qué he hecho para no complacerte? —preguntó en son de ruego.
— ¡Silencio!
Sí, Amo —susurró.
Me alejé al otro extremo de la celda y extendiendo los brazos hasta apoyar las manos contra el muro bajé la cabeza en mi lucha para dominar mis deseos.
Golpeé el muro con los puños. Tenía que conquistar mis impulsos. Tenía que convertirme en mi propia víctima.
— ¿Puedo ofrecerte vino, Amo? —preguntó Lola.
Me aparté del muro, pues ya había conseguido controlar mis deseos. Hice una profunda inspiración.
Sin esperar a que le diera mi permiso Lola fue al estante donde había dejado el bol de arcilla con el vino barato de los esclavos. Se acercó y arrodillándose ante mí con graciosos movimientos miró el borde del envase, lo presionó sobre su vientre y luego, levantándolo lentamente hasta sus labios, lo besó. A continuación, extendiendo los dos brazos y con la cabeza inclinada hacia el suelo me ofreció el bol.
— ¿Deseas vino, Amo? —preguntó.
Cogí el cuenco que me ofrecía con las dos manos y bebí, pero no terminé el contenido. Lola me miraba.
El vino y Lola son tuyos, Amo.
Sabía que había dicho la verdad. Levanté el cuenco de nuevo y bebí otro sorbo girando para dejar el resto sobre la mesa a mis espaldas.
Había bebido como lo hacen los Amos ante sus esclavas.
Has probado el vino de la Casa de Andrónicus, ahora prueba el vino de Lola.
Fue en aquel preciso instante que comprendí, por vez primera, que la esclava se hallaba estimulada sexualmente. Hasta aquel momento no había llegado a discernir los signos de sus súplicas pero, ahora, todas aquellas manifestaciones, incluso el aroma que de su cuerpo emanaba, me eran obvias.
— ¿Le ha gustado a mi Amo el vino? —preguntó.
Aún no lo he terminado —respondí.
Bajé la cabeza. Sabía que esperaba que la tomara entre mis brazos y la llevara a la paja. La deseaba desesperadamente y no obstante, reconocía que no tenía derecho a tomarla, puesto que era un terrestre y no podía olvidar que era una joven indefensa a quien nadie correría a defender.
Levanté la mirada.
Hazme tuya —musitó.
Comprendí que en mi interior existía otra razón para no hacerla mía y era mi temor a no defraudarla. Cuando una mujer se ofrece como ella es un reconocimiento a su superioridad, a su hombría. Pero el que teme no puede satisfacer a una mujer. Ante tal situación el hombre siempre puede recurrir a burlarse, a humillarla, a ponerla en ridículo por sus incontrolados deseos. Tales actos sólo nos llevan a la frustración de nuestros propios deseos. Aquel que teme su capacidad de satisfacer a la mujer, que pone en entredicho su poder, su fuerza, su voluntad, es incapaz de hacer plenamente feliz a una mujer, y menos a una esclava.
Estoy a los pies de mi Amo y espero que me haga suya.
Grité debido a mi frustración. Lola me miraba sorprendida, incapaz de comprender el caos que reinaba en mi interior. De pronto, sin poder controlar mi rabia, la golpeé con el dorso de mi mano izquierda para apartarla de mi camino. Cayó de espaldas. Me horrorizó ver que la había golpeado. Había ocurrido tan rápido, que aún no comprendía con claridad lo ocurrido, pues en realidad mi ira no había sido dirigida hacia ella sino hacia mi persona. Lola era la víctima inocente, aunque también era obvio que era la causa de mi dilema y de mi desdicha. Lo que había hecho era una estupidez. La miré. Había sangre en sus hermosos labios. Esperaba una expresión de horror o de reproche, pero en vez de ello bajó la cabeza y se arrastró hacia mis pies y sentí cómo aquellos bellos y heridos labios los besaban.
Gracias, Amo. Lamento no haber conseguido complacerte —dijo con una voz que expresaba admiración y placer.
Comprendí que el golpe había sido interpretado como una muestra de mi soberanía sobre ella.
Volví a sentir sus ardientes labios sobre mis pies. —Ya es suficiente.
Sí, Amo —dijo colocando su mejilla sobre mi pie derecho. También sentía el roce de su cabello sobre mis pies.
Bajé la mirada hasta Lola. También ella me miró y antes de dejarse rodar hasta la paja, volvió a besar mis pies. Ya en la paja sonrió mostrando su felicidad.
No tendrás que golpearme de nuevo, Amo. Seré dócil, obe­diente y cariñosa. Tómame, Amo. Sométeme a tu placer.
— ¿Es un ruego? —pregunté sin realmente saber la razón de aquella demanda.
Sí, Amo, es una súplica. — ¿Por qué te trajeron a esta celda? —Querían castigarme —respondió con una sonrisa. Me sentí culpable. Había pegado a aquella pobre criatura que ni tan siquiera comprendía que era un ser humano.
Lamento haberte pegado. Reconozco que fui muy cruel ha­ciendo tal estupidez.
Ahora me miraba asustada. No era capaz de comprender lo que yo decía. Temblando se arrodilló y bajó la cabeza hasta tocar la paja. Parecía querer empequeñecerse, reducirse a la nada.
No seas cruel, por favor. Si te he disgustado azótame. No comprendo lo que dices ni lo que quieres de mí. No soy más que una esclava, pero no me tortures de este modo. Átame y azótame. Acaso así aprenda a complacerte.
Ahora soy yo el que no comprende. —No me tortures —gimió.
No trato de ser cruel y torturarte. Todo lo contrario, trato de ser cariñoso contigo.
Átame y azótame —dijo, temblando debido al miedo.
Corrí a la mesa y tomé el cuenco con el vino que yo no había bebido, ofreciéndoselo a ella.
Tú me serviste el vino y ahora soy yo quien te lo ofrece —dije.
Sí, Amo —dijo, aunque continuaba temblando.
Podía comprender la vergüenza y la ira de un hombre, pero mis actos le hacían suponer que estaba en presencia de un loco.
Llevé el cuenco a sus labios y ella, obediente, apuró su contenido. Volví a colocar el cuenco sobre la mesa. Regresé junto a la joven y me acurruqué a su lado.
Perdóname, por favor.
Continuaba temblando.
— ¡Perdóname! —grité airado.
Te perdono, Amo —dijo con premura.
No era una orden. Lo que quisiera es que me perdonases voluntariamente.
Sí, Amo. Te perdono porque ésa es mi voluntad —susurró.
Gracias.
No me hagas daño —susurró sin mirarme.
Mírame, Lola.
No me tortures, Amo.
Levantó la cabeza y fijó sus ojos en los míos. Su mirada me sobresaltó. Estaba realmente asustada.
Mis ojos se posaron en el collar metálico. Mi mirada debió sufrir un cambio porque la chica volvió a temblar. Conseguí controlarme.
No es necesario que me llames Amo —dije con dulzura.
Sí, Amo.
No me llames, Amo —insistí.
Soy una esclava, Amo —gimió.
Llámame Jason.
Apartó la mirada aterrada.
Jason, no me mates, Amo.
No comprendo. ¿Por qué me dices eso?
Has despreciado mi belleza, te has negado a hacerme tuya y me has obligado a faltarte al respeto. Ahora puedes castigarme por no ser suficientemente bella, por no haber yacido en tus brazos y por haberte faltado al respeto. ¿Vas a arrojarme a tus pies y golpearme sin compasión?
— ¡Claro que no!
Se apartó ligeramente de mí.
A la Casa de Andrónicus no les gustará si me matas. Soy propiedad de ellos.
No tengo intención de matarte.
— ¿Puedes decirme qué castigo o crueldad me espera?
No preparo ningún castigo ni crueldad para ti.
Sé que no eres de Gor. ¿Son todos los hombres de tu mundo como tú?
Supongo que la mayoría.
— ¿Quieres que crea que no preparas una venganza contra mí?
No temas. No te haré daño. Conmigo estás completamente a salvo.
— ¿Por qué no acabas de hacer lo que quieras conmigo? ¿Fui tan cruel contigo como para merecer todas estas torturas?
No sabía cómo tranquilizarla.
No voy a hacerte daño alguno —aseguré.
Sollozando se arrastró hasta el banco donde había dejado el látigo y cogiéndolo entre sus dientes regresó junto a mí, todavía arrastrándose. Cuando cogí el arma de entre sus pequeños y blancos dientes, suplicó:
— ¡Azótame!
Tiré el látigo lejos.
— ¡No!
Temblando se postró a mis pies. Me di cuenta que temía lo que pudiera hacer con ella. Sin decir una sola palabra me dirigí a la manta que había sobre la paja, la extendí y señalando el lugar ordené con amabilidad:
Acuéstate.
Se arrastró hasta echarse sobre la manta. Su cuerpo era muy hermoso resaltando sobre la oscura manta. Rozó el collar con la punta de los dedos. Me miró.
— ¿Vas a empezar ahora? Me agaché junto a ella y cogiendo la parte de la manta que quedaba vacía tapé su pequeño y tembloroso cuerpo. —Es tarde y tienes que estar cansada. Duérmete. — ¿No vas a hacerme tuya? — ¡Claro que no! Descansa, pequeña y linda Lola. — ¿No vas a compartir la manta conmigo? —No.
— ¿No vas a tratarme como a una esclava? — ¡No! ¡Por supuesto que no! Soy un hombre de la Tierra. Me apoyé en el muro. Lola estaba muy quieta. Ninguno de los dos habló durante largo rato. Luego, después de haber pasado un ahn, la oí gemir y moverse bajo la manta. — ¡Amo! ¡Amo! Corrí a su lado.
A la escasa luz que iluminaba la celda pude ver cómo bajaba la manta hasta sus muslos y, medio sentada y medio yaciendo, me miró. Intentó rodear mi cuello con sus pequeños brazos, pero conseguí asir sus muñecas y apartar sus brazos de mí.
— ¡Amo, por favor! —suplicó curvando su pequeño y hermoso cuerpo.
— ¿Qué ocurre? —pregunté.
Tómame, Amo, por favor. Tómame como a una esclava. Miré su cuerpo y el collar alrededor de su garganta. —No.
Cesó en su lucha por abrazarme y yo solté sus muñecas. Me puse en pie, pero continué mirándola. Se arrodilló, temblando, sobre la manta.
No te comprendo. Te he tratado con amabilidad y cortesía, e insistes en comportarte como una esclava. —Soy una esclava, Amo.
No sé qué hacer contigo. ¿Quieres que te ate y te eche a los urts, para que te coman?
Por favor, Amo, no hagas eso.
Era una broma —me apresuré a decir temiendo que tomase mis palabras al pie de la letra.
Pensé que quizá lo fuera —dijo muy quedamente.
Hablando de bromas. ¿Qué te parece la forma en que nos hemos burlado de nuestros carceleros?
— ¿Cuándo nos hemos burlado de ellos?
Te trajeron aquí para que yo te castigara y en vez de ello, te he tratado muy amablemente y con mucha cortesía.
Sí, Amo. Ha sido una broma muy divertida.
Inesperadamente, se colocó sobre el estómago, golpeó la manta con sus pequeños puños y empezó a sollozar histéricamente.
— ¿Pero qué te ocurre ahora?
Saltó de la manta y entre ahogos y sollozos corrió hasta la reja, presionando su hermoso cuerpo contra las barras, y extendió los brazos hacia el silencioso y vacío pasillo.
— ¡Amos! ¡Amos! —Gemía entre sollozos—. ¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí! —Cayó de rodillas y asiendo las barras con sus pequeñas manos, continuó gimiendo.
No te comprendo. No te he castigado. ¿De qué te quejas?
— ¿Sabes cuál era mi castigo? —preguntó gimoteando.
No.
El castigo era el encerrarme contigo —dijo continuando con su llanto.
Permanecí junto al muro mientras ella lloraba agarrada a las barras de la verja. Pasado un largo rato quedó dormida en aquella posición.
Yo no pude dormir aquella noche.

libro 14 -El esclavo luchador de Gor-

1 comentario:

  1. Felicitaciones!! Linda y sensual historia. Espero que sigas escribiendo...
    Saludos!

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